Los regímenes autoritarios de Cuba, Nicaragua y Venezuela han perfeccionado el uso de la privación de recursos básicos como un mecanismo sistemático de control social, manipulando las dinámicas de poder a través de la insatisfacción constante de las necesidades fundamentales. La teoría de la Pirámide de Maslow (1943) ofrece un marco crítico para entender este fenómeno: cuando los gobiernos limitan el acceso a bienes esenciales como alimentos, medicamentos y servicios públicos, obligan a la población a centrarse exclusivamente en la supervivencia, anulando cualquier posibilidad de desarrollo personal o participación política (López & Martínez, 2019). Este enfoque no solo perpetúa la dependencia estatal, sino que bloquea el ascenso hacia niveles superiores de la pirámide, donde el pensamiento crítico y la autorrealización podrían fomentar movimientos de resistencia.
El caso Venezuela, de donde soy oriundo, ha desencadenado una serie de consecuencias adversas en la salud mental de la población. La hiperinflación, el colapso de los servicios públicos, la escasez de alimentos y medicinas, y la inseguridad han sido factores determinantes que han deteriorado el bienestar psicológico de millones de venezolanos. La constante incertidumbre y la sensación de impotencia ante la falta de cambios políticos han generado un aumento sostenido de trastornos del estado de ánimo, como la depresión y la ansiedad. Un estudio de la Universidad Central de Venezuela reveló que estos trastornos han escalado a niveles críticos, con afectaciones directas en la funcionalidad y calidad de vida de la población. Además, el fenómeno migratorio masivo ha ido fragmentado redes de apoyo social, profundizando el aislamiento emocional de quienes aún permanecen en el país. Este contexto ha creado un entorno donde la desesperanza aprendida y el agotamiento emocional son respuestas comunes, limitando la capacidad de resiliencia de la sociedad venezolana.
Es de suprema importancia entender que el desabastecimiento no es un error administrativo, sino una herramienta deliberada para fragmentar a la sociedad. Haga un alto y vuélvalo a leer otra vez, y otra vez, y las veces que sean necesarias. Por ello Gutiérrez y Salazar (2021) destacan que la escasez prolongada crea un entorno de ansiedad colectiva donde la lucha diaria por recursos mínimos ahoga la posibilidad de cuestionar el poder. Al saturar la mente del ciudadano con preocupaciones inmediatas, los regímenes desactivan su capacidad de organizarse y exigir cambios. Este fenómeno se potencia con estrategias de propaganda que glorifican el sacrificio y la resistencia frente a supuestos enemigos externos, desviando la atención de las fallas internas del gobierno (Álvarez & Torres, 2020).
La imposición de un estado de escasez también fomenta la competencia desleal entre ciudadanos, debilitando la cohesión social. Fernández y Ramírez (2020) explican cómo la distribución arbitraria de bienes —como cajas de alimentos o subsidios— se convierte en un premio para los leales y un castigo para los opositores, profundizando divisiones internas. Este control selectivo no solo fragmenta a la población, sino que instala un miedo colectivo a perder los pocos beneficios otorgados, lo que refuerza la sumisión.
A este escenario se suma el impacto psicológico del estado de indefensión aprendida, donde los individuos, tras repetidos intentos fallidos de cambiar su realidad, asumen que sus acciones son inútiles y dejan de resistir (Seligman, 1972). Este concepto ha sido validado en contextos autoritarios por estudios recientes que demuestran cómo la represión sostenida, la escasez y la propaganda estatal generan apatía política y desmovilización social (Mendoza & Castillo, 2021). En otras palabras, los ciudadanos se resignan a su situación al interiorizar que ningún esfuerzo personal puede alterar el sistema opresor.
La manipulación de la pirámide de Maslow en estos regímenes no solo se limita a la esfera económica, sino que también invade aspectos emocionales y sociales. La represión de libertades fundamentales, la censura y el adoctrinamiento sistemático dificultan el acceso a información veraz, lo que limita la capacidad de la población para desarrollar conciencia crítica y movilizarse en busca de cambios (Pérez & Hidalgo, 2019). Esta combinación de carencias materiales y manipulación informativa configura un entorno asfixiante que asegura la perpetuidad del poder autoritario.
Frente a este panorama, resulta imperativo comprender que la pobreza inducida y la represión no son consecuencias accidentales de la mala gestión, sino estrategias intencionadas que utilizan el miedo y la escasez como herramientas de dominación.
Impacto psicológico del control de necesidades básicas
El impacto psicológico de la estrategia de desmantelar la pirámide de Maslow se manifiesta en altos niveles de estrés crónico, ansiedad y depresión. La constante preocupación por la supervivencia induce a un estado de alerta permanente, afectando la salud mental de los ciudadanos (Jiménez & Castro, 2018). De acuerdo a estudios recientes, este estrés crónico deteriora la capacidad de toma de decisiones racionales y reduce la motivación para involucrarse en movimientos sociales (Martínez et al., 2022). Otra investigación, esta de de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), señala que la prevalencia de síntomas depresivos y ansiosos ha aumentado de manera considerable en la región debido a la crisis (OPS, 2022).
La teoría del aprendizaje indefenso de Seligman (1972) es clave para entender este tipo de fenómenos. Al experimentar de forma reiterada situaciones en las que sus acciones no tienen impacto, las personas desarrollan una sensación de impotencia que les impide buscar soluciones o resistir la opresión (Fernández & Ramírez, 2020).
Otra táctica utilizada por estos regímenes es la fragmentación de las redes comunitarias y sociales. El miedo a la represión y la desconfianza generalizada debilitan la organización ciudadana, lo cual impide la formación de movimientos colectivos de resistencia (Pérez & Suárez, 2019). La ruptura de vínculos sociales también reduce el intercambio de ideas y la colaboración, limitando la posibilidad de cambios estructurales (Rodríguez & Mendoza, 2021).
Estrategias para superar la manipulación autoritaria
Para contrarrestar el control social ejercido por regímenes autoritarios a través de la privación de necesidades básicas, es fundamental implementar estrategias que fortalezcan la resiliencia individual y colectiva. Aunque la represión y la escasez buscan fragmentar a la sociedad y suprimir el pensamiento crítico, existen herramientas efectivas que pueden fomentar la resistencia pacífica, la organización comunitaria y la esperanza de transformación.
- Fortalecimiento de redes comunitarias
La cohesión social es esencial para contrarrestar el aislamiento impuesto por los regímenes autoritarios. Organizar redes de apoyo comunitario permite compartir recursos, información y apoyo emocional. Estudios muestran que las comunidades organizadas son más resilientes frente a la opresión, ya que la cooperación reduce la sensación de indefensión aprendida (Mendoza & Castillo, 2021). Establecer grupos de trueque, comités vecinales y redes de ayuda mutua son ejemplos de cómo la población puede recuperar autonomía y solidaridad. - Educación crítica y alfabetización mediática
La censura y la manipulación informativa son pilares de los regímenes autoritarios. Por ello, promover la educación crítica y la alfabetización mediática es clave para desarrollar ciudadanos capaces de cuestionar narrativas oficiales. Pérez y Hidalgo (2019) enfatizan la importancia de enseñar a identificar noticias falsas, sesgos mediáticos y técnicas de propaganda. A través de talleres clandestinos, materiales digitales compartidos de forma segura o plataformas educativas en línea, se puede sembrar el pensamiento crítico que impulse la acción colectiva. - Acceso alternativo a información
El acceso a información veraz es vital para la organización social. Las tecnologías de la información ofrecen canales alternativos para sortear la censura. Herramientas como redes privadas virtuales (VPN), aplicaciones de mensajería cifrada (Signal, Telegram) y redes descentralizadas permiten compartir información sin ser detectados. Gutiérrez y Salazar (2021) destacan cómo estas tecnologías han sido fundamentales en movilizaciones sociales, como en Irán y Hong Kong, donde los ciudadanos enfrentan regímenes represivos. - Activismo creativo y no violento
El activismo no violento ha demostrado ser más efectivo y sostenible que la confrontación directa. Chenoweth y Stephan (2011) encontraron que los movimientos de resistencia pacífica tienen el doble de probabilidades de éxito que los violentos. Estrategias como protestas silenciosas, arte callejero, campañas digitales y boicots simbólicos erosionan el poder del régimen sin poner en riesgo a la población. Estas tácticas no solo visibilizan el descontento, sino que también preservan la moral colectiva. - Apoyo psicosocial y resiliencia emocional
La opresión prolongada genera estrés crónico y desesperanza. Por ello, es crucial cuidar la salud mental y emocional. Iniciativas de apoyo psicológico comunitario, círculos de diálogo y actividades culturales pueden fortalecer la resiliencia individual y colectiva (Fernández & Ramírez, 2020). La espiritualidad, el arte y la cultura también funcionan como refugios emocionales y como formas de resistencia cultural frente a la deshumanización del régimen. - Vinculación con organizaciones internacionales
El aislamiento internacional favorece a los regímenes autoritarios. Establecer contacto con organizaciones de Derechos Humanos, medios internacionales y ONGs puede visibilizar la situación y generar presión externa. Estas alianzas pueden facilitar recursos, formación y protección para activistas locales. Álvarez y Torres (2020) señalan que la presión internacional ha sido determinante para debilitar regímenes represivos y abrir espacios para la transición democrática. - Estrategias de economía solidaria
Para mitigar la dependencia de los sistemas de distribución estatal, la economía solidaria ofrece alternativas sostenibles. Iniciativas de agricultura urbana, cooperativas de producción y consumo responsable permiten a las comunidades garantizar su sustento. Estas prácticas, además de satisfacer necesidades básicas, crean espacios de autonomía económica que debilitan el control gubernamental (Gutiérrez & Salazar, 2021).
La historia ha demostrado que incluso los regímenes más opresivos pueden ser desafiados y superados. La caída de dictaduras en Europa del Este y el éxito de movimientos sociales en América Latina son prueba de que la resistencia organizada y persistente puede abrir caminos hacia la libertad. La clave radica en la unión, la creatividad y la determinación de un pueblo que, a pesar de la adversidad, decide no rendirse. Al fortalecer el tejido social, educar en pensamiento crítico y utilizar de manera estratégica las herramientas disponibles, se puede sembrar la esperanza de un futuro libre y justo.
Referencias académicas
Fernández, R., & Ramírez, M. (2020). El aprendizaje indefenso en contextos de represión política. Revista de Psicología Social, 35(2), 123-145.
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Jiménez, A., & Castro, M. (2018). Impacto psicológico de la crisis venezolana en la salud mental colectiva. Salud y Sociedad, 15(4), 205-223.
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López, R., & Torres, P. (2020). Redes comunitarias como estrategia de resistencia social. Revista de Sociología Latinoamericana, 29(2), 112-130.
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Organización Panamericana de la Salud. (2022). Transformar la salud mental para todos. https://escueladesalud.castillalamancha.es/sites/escueladesalud.castillalamancha.es/
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Martínez, V., Pérez, G., & Ramírez, J. (2022). Estrés crónico y toma de decisiones en contextos de crisis. Psicología y Sociedad, 19(3), 145-162.
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Pérez, L., & Suárez, D. (2019). Fragmentación social y desmovilización ciudadana en contextos autoritarios. Estudios Sociales, 34(2), 89-108.
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